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viernes, 17 de julio de 2015

La burbuja de los “objetos inteligentes”


(David Gothard)
 
Creo haber identificado el único rincón del sector tecnológico que es sin duda alguna una burbuja. Para saber si un producto o una startup está en esta categoría —que estoy seguro experimentará una sacudida que dejará a pocos en pie— simplemente busque esta frase en los materiales de marketing: “El primer… inteligente del mundo”.

Las primeras medias inteligentes del mundo. El primer cepillo de dientes del mundo. El primer plato, pocillo, tenedor, tabla para cortar, botón de la estufa, lazo para saltar, zapatos, camisa, acuario, sartén inteligente del mundo. El primer detector inteligente del gas que pasamos después de comer.

De hecho, ser serio parece ser un requerimiento para transformar un objeto de uso diario en “inteligente”. Un ejemplo es el equipo detrás de Vessyl, el primer vaso inteligente del mundo, cuyo video promocional habla tan exageradamente de cambiar el mundo, que fue satirizado por el comediante Stephen Colbert.
Nic Barnes, jefe de marketing de Vessyl, dijo que la aparición del producto en The Colbert Report, el programa que presentaba Colbert en el canal de cable Comedy Central, ocasionó un salto en las ventas e inspiró a muchos a defender el producto.

Cuando se vierte una cerveza en el Vessyl, una pantalla de LED se enciende. La palabra “cerveza” aparece, en caso de que le quede alguna duda. El argumento de venta de Vessyl es que, al hacer seguimiento de todo lo que bebe el usuario, el vaso le puede decir con exactitud cuántas calorías consume en el día a través de líquidos, así como la cantidad de cafeína. También puede determinar su nivel de hidratación.

“No conozco a una persona consciente mayor de cuatro años que tenga algún problema para saber que tiene sed, simplemente no es un problema que necesita ser resuelto”, dice Todd Lemmon, director creativo de una firma de publicidad en Nashville quien, junto con su amigo Tom Cullen, un escritor de comedia de Los Ángeles, ha creado la crónica definitiva en Internet de la actual “revolución” de los dispositivos inteligentes.
El lema del sitio, “Le ponemos un chip”, describe perfectamente el impulso que ha dominado a muchos empresarios y empresas nuevas de hardware: “Era simplemente una cosa tonta. Luego le pusimos un chip. Ahora es un objeto inteligente”.

Humberto Evans, fundador de Pantelligent, también está haciendo una olla inteligente. Una regla general de empresas de productos conectados es que donde hay una, puede encontrar varias. La olla de Evans está más avanzada —ya se encuentra en la etapa de fabricación— y hace una cosa que es genuinamente útil. Le puede decir la temperatura exacta del recipiente. Pero en lugar de mostrarle esa lectura en, por ejemplo, la manija de la olla, la Pantelligent solo le puede dar el dato a través de su teléfono inteligente, al que se conecta de forma inalámbrica.

“Pienso que Pantelligent tiene la capacidad de ser más que un producto”, dice Evans. “Lo que realmente tomamos es el conocimiento de cómo cocina la gente y los entregamos a través de una olla. Tiene tener una razón para poner el chip”.

De todas las empresas con las que hablé, Evans fue quien ofreció el mejor argumento para su producto inteligente, que puede decirle por cuánto tiempo cocinar su salmón dependiendo del grosor. Pero también me di cuenta que en casi todos los casos la lógica de estas startups —que su objeto conectado era el inicio de algo más grande, un ecosistema completo de objetos conectados— estaba basada más en la ambición que en las necesidades del consumidor.

Anthony Ortiz, el hombre detrás del primer plato inteligente del mundo, insiste en que los platos son solo el principio. ¿Qué pasa con los que les gusta la sopa?, le pregunté. “Si va a preparar sopa, eso no es lo que hacemos”, respondió Ortiz. “Eso es algo que va en un plato de sopa… el plato de sopa es algo que podría estar en el horizonte estratégico para nosotros”.

Ninguna de las personas con las que hablé pareció apreciar por completo la complejidad adicional que pueden estar introduciendo a las vidas de los usuarios. ¿Realmente quiero mirar un conjunto de gráficos de mi actividad de alimentación semanal, que es una de las funciones del primer tenedor inteligente del mundo? ¿Y qué tal el hecho de que cada objeto inteligente que añado a mi vida significa otro aparato que tengo que mantener cargado?

Una de las cosas en las que son buenos los objetos inteligentes es en la vigilancia de sus usuarios. Samy Liechti, fundador del servicio de compra de calcetines por suscripción Blacksocks, y también el hombre detrás de las primeras medias inteligentes, me dijo que su línea de calcetines conectados a Internet cambiaron la forma en la que segmenta y comercializa a sus clientes. “Si hacemos investigación de mercado, le tenemos que preguntar a la gente qué hace”, dice Liechti. Pero ahora, “sabemos exactamente qué hacen, y esa es una gran diferencia”.

Tengo pocas dudas de que existe un mercado para esos objetos. Vessyl, por ejemplo, ya tiene más de US$1 millón en pedidos de 155 países, dice Barnes. 

Pero tengo serias dudas sobre qué tan leales serán esos clientes e inversionistas una vez que los productos sean entregados. ¿Cuántos artefactos de cualquier clase cumplen las promesas hechas en sus videos promocionales?

Dicho esto, no creo que el eventual fracaso de la mayoría de estas startups es un presagio para el resto de la industria tecnológica, más allá de la liberación de ingenieros talentosos que tienen experiencia haciendo cosas como un rastreador para cuando uno pasa gases.

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